¿Ya descubrimos al indígena?


 

Análisis sobre las tierras de las comunidades indígenas en el norte santafesino.


        Cada 12 de octubre se desata una fiebre indigenista diría Carlos Sarasola. Las escuelas se adornan de afiches alusivas a los “indios” como un compromiso incómodo donde algo hay que hacer. El folclore es inevitable. Se muestra al indígena como algo exótico, lejano y perdido en el tiempo. Piezas de museos que alguna vez tuvieron algo que ver con nosotros. Entonces, se pierde de vista la vigencia del drama histórico, se los borra nuevamente de la historia al recordar su pasado apartado de la realidad actual.  

         Es difícil definir qué paso exactamente el 12 de octubre de 1492. Es larga la lista de conceptos para graficar el hecho histórico. El término de descubrimiento sigue siendo el más usado, antes de manera explícita, hoy, aggiornado, de manera implícita. Desde que se empezó a usar el término el análisis crítico estuvo anulado y las sociedades imposibilitadas de creer en otras interpretaciones.

         En sintonía con el concepto, mucho tiempo se conmemoró el “Día de la Raza” para que todos los años recordáramos quienes nos habían descubierto.  

         Después, de generaciones enteras, que pasaron por las escuelas sin poder imaginar otra explicación, en el 2010 se cambió, finalmente, de nombre; “Día del Respeto a la diversidad cultural”. Es una propuesta distinta. También un tanto inocente y empalagosa. Es decir, se plantea la importancia de respetar la diversidad cultural, sin revolver demasiado la cuestión histórica. Lo que pasó, ya está. Y si bien, esto es cierto en un sentido literal, se puede, sin embargo, modificar la mirada que tenemos sobre los hechos del pasado. La sensación que deja esta experiencia de 10 años, frente a casi 100 conmemorando el Día de la raza, es la de incentivar un respeto sin raíz histórica y disociado de la realidad vigente de los pueblos originarios, como si fuera una cartulina que se pega en la pared una vez al año y al otro día se la despega.  

         Si bien pasaron 500 años los problemas indígenas son, prácticamente, los mismos. Sin embargo, existe un denominador general donde parte y se expande el resto de las problemáticas; la falta de tierra. Este sigue siendo el eje por el cual se desató una pelea hace tantos años y hoy sigue siendo el drama de las poblaciones originarias en el norte santafesino y en todas partes.   

     Si no comprendemos a los pueblos originarios en la actualidad, muchos menos lo podremos hacer en la historia. En los departamentos General Obligado, Vera y 9 de Julio se encuentran 14 comunidades indígenas organizadas: “Natocoi” (Florencia), “Cotapic” (El Rabón), “Qompi” (Las Toscas), “Pignik” (Guadalupe Norte), “Nainic” (Reconquista), “Rahachaglaté” (La Lola), “Cacique Colashii” (Los Laureles), “Na-Chaguisat” (Berna), “La The Palma” (Berna), “Llalec Lavá” (Paraje 94), “Cami lavá” (El Toba), Comcaiaripi” (Calchaquí) y Pedro José (Tostado). Son comunidades repartidas en las etnias qom y mocoví que sobrevivieron a los embates de la colonización extranjera primero y al avance conquistador del Estado argentino en el siglo XIX. Cada 12 de octubre asisten a un momento de interés nacional -por no decir continental- acerca de quienes son, donde viven, que les pasó. El interés de un día no sopesa el resto de los días del año en que vuelven a ser ignorados.

       Ahora bien, haciendo numerología, los tres departamentos hacen un total de 4.889.400 hectáreas. Juntando las comunidades mencionadas hacen un total de 753 hectáreas que son de propiedad indígena. Esto llevado a porcentaje representa 0,0154% de la tenencia de la tierra. Ahora si solo tomamos el departamento Gral. Obligado, tiene un total de 1.092.800 hectáreas y la tenencia indígena sobre eso es de 75 hectáreas, haciendo un porcentaje de 0,0000686%.

Los datos son duros y escandalosos, con el agravante de que hay comunidades como “Rahachaglaté” de La Lola donde viven cerca de 80 familias en casi 11 hectáreas, o “Casique Colashii” de Los Laureles, 70 familias en casi 7 hectáreas o la del Barrio Qompi de Las Toscas que en un total de 3 hectáreas viven alrededor de 80 familias.

     Desde hace 500 años andamos desorientados, esperando que alguien venga a “descubrirlos”, a decirles quienes son. En realidad, todavía no aprendimos a “descubrirlos” y están a pocos kilómetros de nuestras casas.

         En palabras de Augusto Paniagua, referente de la comunidad “Rahachaglaté” de La Lola, es claro el drama histórico y actual que viven las comunidades indígenas del norte santafesino: “Siempre es la tierra porque no podemos sostenernos mucho, si no tenemos tierra no podemos hacer nada, la tierra nos sirve para vivir, un montón de cosas no se puede hacer, si nosotros no tenemos tierra no podemos estar”.

    

    

Texto y diseño: Luciano Sánchez

Nació y vivió hasta los 18 años en Villa Ana. Actualmente reside en la ciudad de Reconquista. Licenciado en Historia. Docente. Historiador. Escritor y músico ocasional.  

 


Comentarios

Notas más leídas

Los obrajes de La Forestal

Vivir en una reducción indígena en el siglo XIX Estudio de caso: San Antonio de Obligado

Villa Ana: El desarme de una industria y la sobrevivencia de un pueblo