A la conquista del Chaco santafesino
Entre 1870 y 1911 el Estado nacional
impulsó una serie de campañas militares hacia el espacio chaqueño con el fin de
conquistar, ocupar y “civilizar” su vasto territorio. Uno de sus principales
objetivos era someter definitivamente a los pueblos indígenas que allí
habitaban, que desde tiempos coloniales habían mantenido una cierta autonomía
frente a las autoridades españolas primero y las distintas provincias ya en el
período independiente, garantizada por la falta de un control efectivo y
sostenido sobre el amplio “desierto verde” chaqueño. Se pretendía a través de
la ocupación militar poner a disposición de los capitales privados un extenso
territorio con una gran cantidad de recursos naturales, incorporar la mano de
obra indígena a la producción, establecer vías de comunicación entre las
provincias del norte y los puertos del litoral y, a su vez, asegurar y definir
las fronteras con los vecinos países de Bolivia y Paraguay.
Para fines del siglo XIX el Estado
nacional consideraba ya, a través de sus publicaciones oficiales, que el
“problema indígena” se encontraba resuelto en el Chaco, dado que esta población
marchaba rápidamente hacia su desaparición, resultado de la acción militar en
conjunto con el avance de las colonias de inmigrantes y el progreso
representado por los ferrocarriles y la inversión privada. Así, el Censo
Nacional publicado en 1895 afirmaba:
La población india marcha rápidamente a su desaparición, ya
sea por confundirse con la civilizada o por que los claros que deja la muerte
no alcanzan a ser llenados por las nuevas generaciones (...) La extensión de
las colonias de Santa Fe hacia el Norte del antiguo Chaco, el poblamiento de
éste y de Formosa, y la creación de diversos pueblos en el territorio de
Misiones, han extinguido en éste el dominio indígena, disminuyendo grandemente
en los otros su antigua población salvaje. (Censo Nacional, 1895, Tomo II, p.
L).
Más de cien años después, sin
embargo, los resultados del censo nacional de 2010 indican que 48.265 personas
se reconocen como parte de un pueblo indígena en la provincia de Santa Fe, en
su mayor parte pertenecientes al pueblo Qom y Moqoit. El último relevamiento
sobre comunidades indígenas, publicado en el sitio del Ministerio de Justicia y
Derechos Humanos, para los años de 2019 - 2021, detalla el número de
comunidades reconocidas y registradas actualmente sea en el Estado nacional o
en las provincias. Allí se identifican 62 comunidades indígenas en la provincia
de Santa Fe, la mayoría de las cuales pertenecen al pueblo moqoit y se ubican
en los departamentos del norte. Muchas se encuentran los departamentos de San
Javier, Garay y General Obligado, en sitios con una ocupación histórica de
larga data de la población indígena, pero existe también un número considerable
de comunidades en la ciudad de Rosario, producto de procesos migratorios que
ocurrieron durante todo el siglo XX cuando muchas familias decidieron abandonar
los pequeños poblados y parajes rurales habitados tradicionalmente en busca de
oportunidades laborales en las grandes ciudades.
Entre las campañas militares para la conquista del Chaco y nuestro presente ocurrieron una gran cantidad de procesos y cambios históricos que afectaron a nuestra provincia y nuestro país, y la población indígena se vio atravesada e intervino activamente en ellos. Es importante detenernos sin embargo en aquél momento clave entre fines del siglo XIX y principios del XX en que desde las autoridades y el poder se anunciaba con bombos y platillos la solución del largo problema que representaba la llamada “cuestión indígena” en el Chaco a partir de su extinción, y el comienzo de una nueva etapa de civilización y progreso ligada a la cultura blanca occidental, pues constituye un modo de comenzar a comprender los avances más recientes en reconocimiento de derechos para la población indígenas de nuestro país y, en particular, de nuestra provincia, así como para contribuir a la construcción de una historia crítica del norte santafesino.
Ordenando el territorio para recibir
a los ingleses
En el marco del proceso de ocupación
de los “desiertos” y el desplazamiento de las “fronteras interiores” el Estado
nacional argentino consolidó su poder a fines del siglo XIX incorporando
grandes extensiones de tierra y sometiendo a los pueblos originarios en la
Patagonia y el Gran Chaco. Se afianzó de este modo el proyecto agroexportador
dirigido por las clases dominantes porteñas y del litoral que insertó la
economía argentina en función de las necesidades de las potencias imperiales
europeas, principalmente Inglaterra, entre las últimas décadas del siglo XIX y
las primeras del XX.
El Chaco santafesino jugó un papel
central como receptor de capitales para infraestructura y proveedor de mano de
obra y recursos, mediante la conformación de un complejo ganadero-forestal
basado en la gran propiedad de la tierra. En la provincia de Santa Fe, el
proceso de conformación de un mercado de tierras, capitales y trabajo fue
impulsado desde el Estado provincial y en ello resultó clave la ocupación del
espacio, la apropiación de los recursos disponibles y la definición de la
frontera norte. Para consolidar un mercado de capitales y un sistema
financiero, la provincia contrajo un préstamo en 1872, bajo el primer gobierno
de Simón de Iriondo, con una compañía inglesa, “Cristóbal Murrieta y Compañía”,
por un monto de 7 millones de pesos fuertes, equivalente aproximadamente a más
de 400 mil onzas de oro, destinados a conformar el capital inicial del Banco de
la Provincia de Santa Fe.
El modo de amortizar parte de este
empréstito fue la venta, diez años después, en 1882, de una superficie de
tierras de 1.800.000 hectáreas en el norte santafesino, incluyendo la totalidad
de la cuña boscosa. Como la venta fue acordada con la misma compañía que había
otorgado el empréstito, se trató en realidad de una entrega de gran parte del
territorio provincial a cambio de la cancelación de una porción de la deuda. De
este modo, Santa Fe enajenó gran parte de su territorio, dando origen a lo que
luego sería el monopolio de La Forestal, en un contexto en el que los miembros
de la clase dominante consideraban que existía una gran abundancia de tierras
pero en manos de la “barbarie”, a la vez que logró consolidar un sistema
financiero y expandir su frontera productiva. En el mismo momento en que el
gobierno provincial concretaba este negocio con los capitales Ingleses,
comienzan a intensificarse las acciones militares de avance hacia el interior
del espacio chaqueño,
El norte de Santa Fe constituía, en
términos militares, uno de los espacios claves de ocupación por varios motivos.
Además de la apropiación de tierras y recursos para el sector privado, las
fuerzas militares debían garantizar una serie de objetivos. En primer lugar,
incorporar a los indígenas como mano de obra barata para los capitales que se
dirigían hacia la región. Los trabajadores de los pueblos Qom y Moqoit fueron
obligados emplearse en la construcción de ferrocarriles y obrajes forestales,
en primer lugar, y unas décadas más tarde en actividades agrícolas como el
algodón y la caña de azúcar. Para consolidar enn esta población una rígina
disciplina laboral se desarrollaron las reducciones indígenas, en las que
intervinieron misiones religiosas y el propio Estado. A su vez, muchos grupos
indígenas fueron incorporados en las filas de los ejércitos -como en el caso de
los “Lanceros del Sauce”- con la misma finalidad.
A su vez, el proceso de conquista se
llevó adelante a través del establecimiento de líneas de fortines, que
avanzaron sucesivamente desde las inmediaciones de la ciudad de Santa Fe hasta
el paralelo 28. Estas líneas permitían a las tropas ganar posiciones, defender
los establecimientos productivos que se iban creando y acorralar a los grupos
indígenas, que de este modo se verían privados del acceso a las fuentes de agua
y alimento que representaban los montes, bañados y ríos. En simultáneo, los
ejércitos debían explorar y reconocer el terreno, y en particular las posibles
vías de comunicación entre las provincias del noroeste y el litoral. Antigüos
caminos coloniales que atravesaban el Chaco Austral fueron retomados por las
tropas, y volvieron a considerarse los proyectos de hacer navegable el río
Salado, que nace en la provincia de Salta y desemboca en Santa Fe. La extensión
de los ferrocarriles a fines del siglo XIX y las dificultades técnicas para la
navegación del Salado llevaron a que dichos proyectos fueran descartados.
Por último, pero también importante,
los ejércitos debían cumplir con tareas de vigilancia y control social sobre la
población de frontera, con acciones destinadas a defender las nuevas relaciones
de propiedad que se estaban consolidando, evitar los robos de ganado -que
solían ser atribuídos, ante toda duda, a los “salvajes”-, y obligar a la
población rural de forma compulsiva a emplearse como asalariados. Para ello se
elaboró en 1901 un código rural para la provincia de Santa Fe que estableció
una libreta obligatoria paro los peones rurales que restringía su circulación a
la condición de encontrarse trabajando para algún patrón. Una reedición de la
“libreta de conchabo” común en la región pampeana durante el siglo XIX.
Se trató entonces de controlar, explorar, medir, ocupar y en definitiva disciplinar y someter a un territorio y su población, para así crear las condiciones necesarias para la acumulación de capital, en el marco de su integración al “mercado mundial”. El Estado destinó cuantiosos recursos, económicos y humanos, con ese fin.
Las fuerzas en operaciones
Con estos fines, se realizaron una
serie de expediciones militares de distinto alcance y duración entre 1870 y
1911, que partían en su mayoría desde las fronteras de Salta y Santa Fe. Son las campañas comandadas por los
militares que han colocado sus apellidos en numerosas instituciones y marcaron
la toponimia del Chaco argentino: Victorica, Obligado, Bosch, Vintter, Fontana,
Uriburu y Rostagno, fueron algunos de los más reconocidos. La importancia de
defender el Chaco santafesino, región considerada como retaguardia de la
frontera que avanzaba hacia el norte en las sucesivas expediciones militares,
queda de manifiesto si tenemos en cuenta el número de tropas que se mantuvieron
allí durante toda la etapa de la conquista del Chaco.
Según las Memorias del Ministerio de
Guerra y Marina, existían en 1899 un total de 1.580 militares en funciones en
todo el Chaco argentino, teniendo en cuenta a los oficiales, suboficiales y
soldados. Tres de los cinco regimientos que conformaban la totalidad de estas
fuerzas tenían asiento en distintos puntos de la frontera norte de Santa Fe o
en los límites entre esta provincia y el Territorio Nacional del Chaco -en
líneas generales se distribuían entre Florencia, en el extremo noreste de la
provincia, y Tostado, en el noroeste-. En total sumaban 950 efectivos en el norte
santafesino, lo que representaba un 60 % de las fuerzas totales registradas.
Estos datos muestran una frontera que se encontraba, al finalizar el siglo XIX,
prácticamente militarizada.
Los regimientos militares en el
norte santafesino se mantuvieron hasta 1911, año en el cual comienza la
expedición general al interior del Chaco dirigida por el Coronel Enrique
Rostagno. En ese marco, el Regimiento n.º 6 de Caballería de Línea, asentado hasta
entonces en Fortín Tostado, se interna en los territorios del norte hasta la
región en donde el Coronel Carlos Fernández, al mando del mismo, funda la
colonia que hoy es la ciudad de Presidente Roque Sáenz Peña, sobre la línea
ferroviaria que une Barranqueras con Metán. A partir de entonces, se retiran
las últimas tropas en operaciones para la conquista y control del Chaco de la
provincia de Santa Fe, pero los territorios nacionales de Chaco y Formosa
permanecerán hasta mediados del siglo XX bajo control del ejecutivo nacional a
través de la presencia militar.
La presencia histórica de pueblos
indígenas en la región del norte de Santa Fe, el establecimiento desde tiempos
coloniales de reducciones y misiones religiosas para someterlos, el fuerte
proceso de colonización por inmigración europea a partir de la segunda mitad
del siglo XIX, la concentración de tierras en manos de capital extranjero, así
como la militarización de este espacio entre fines del XIX y principios del XX,
a partir de la extensión de las líneas de fortines, son elementos centrales a
tener en cuenta para comprender su desarrollo socieconómico, cultural y
político hasta nuestros días.
En una próxima entrega nos detendremos en particular en analizar cómo este proceso de avance militar afectó a la población indígena, así como las condiciones en que se encontraban a principios del siglo XX. Es importante, en principio, notar que los procesos mencionados hasta aquí explican y colocan en contexto muchos de los hitos y símbolos centrales en la historia oficial de los pueblos y ciudades del norte de Santa Fe: los viejos fortines y mangrullos, o lo que queda de ellos, la llegada del ferrocarril, las armas de fuego imponiéndose sobre las lanzas de la barbarie, y la actividad agrícola, ganadera y forestal como el comienzo de toda la historia regional “civilizada”. Para complejizar y problematizar dicha visión, se impone la necesidad de realizar y difundir estudios críticos sobre el Chaco Austral.
Autor: Francisco Filippi
Nació y desarrolló sus estudios primarios y secundarios en la ciudad de Tostado. Profesor y Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Córdoba. Actualmente trabaja como profesor de secundario en la ciudad de Córdoba y es Becario doctoral en el Centro de Investigaciones Sobre Cultura y Sociedad (CIECS-CONICET). filippifrancisco@gmail.com
Arte de tapa: Javier Lencina
Vive en la ciudad de Reconquista donde es oriundo. Licenciado en Ciencias Sociales de la Comunicación Social por la Universidad Católica Argentina. Dibujante. Pintor y escultor aficionado como él suele definirse.
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