Osvaldo Bayer por los caminos de La Forestal
“Salimos a buscar el año `21 en sus recuerdos y lo encontramos en su
realidad”
En su cruzada contra el capitalismo
y sus diferentes formas de explotación, La Forestal, ocupó un lugar importante
en la vida de Osvaldo Bayer. La empresa inglesa que explotó las vastas reservas
de Quebracho Colorado del norte santafesino, guardaba semejanza con los manejos
espurios de las tierras patagónicas y el beneplácito de quienes gobernaban. El
propio Bayer comentó en varias oportunidades que el libro de Gastón Gori –La Tragedia
del Quebracho- allanó el camino para escribir La Patagonia Rebelde. Así, pasados
insurrectos y escritores valientes se volvieron inseparables.
El historiador o “cronista con
opinión”, como gustaba llamarse, manifestó en 1999 al prologar el libro de Gori
su deseo de conocer los pueblos forestales. Probablemente lo sentía como un deber.
Un compromiso con aquellos obreros perseguidos y masacrados por La Forestal,
con la misma impunidad que los estancieros patagónicos mandaron a fusilar a
cientos de trabajadores. No podía dejar este mundo sin antes sentir la humedad
de los montes de Quebracho y caminar las mismas calles de Teófilo Lafuente,
Juan Giovetti y cientos de obreros que se la jugaron en las soledades del monte
chaqueño.
En 2001, unos meses antes del
estallido social de diciembre, Bayer y Gori iniciaron una histórica recorrida
por la zona forestal en memoria de los obreros que pusieron en jaque a la
compañía inglesa. Lo paradójico de la historia, 80 años después, otro gobierno
radical ordenaría –como en épocas de Hipólito Yrigoyen- la represión a
desocupados y trabajadores acorralados por la crisis económica.
La organización del recorrido estuvo
a cargo de los profesores César Ramírez y David Quarín. El itinerario
comprendió las localidades de Vera y Pintado, Calchaquí, La Gallareta, Tartagal,
Villa Guillermina y Villa Ana, empezando el dos de julio y terminando el seis con
una charla, a sala llena, en el cine Recite de Reconquista.
Párrafo aparte merece su encuentro
con Rafael Yaccuzzi en Villa Ana. A fines de los sesenta, su amigo Rodolfo
Walsh, había visitado la zona para reflexionar con el cura del pueblo sobre la
situación crítica del país. Treinta años después, era Bayer quien estaba ahí,
reflexionando sobre lo mismo. Sólo que en este caso, ambos estaban más viejos y
muchos ya no estaban.
Por la noche cenaron en casa donde
mi padre auspicio de anfitrión. En mi adolescencia apenas comprendía la
dimensión de ese encuentro. Los recuerdo a todos sentados alrededor de una mesa
rectangular. Opinaban, se enojaban, reían y tomaban vino. Yo escuchaba
atentamente en silencio. Un animado Bayer relataba las mil y una de su
investigación en La Patagonia. Se lo notaba entusiasmado y atónito. Encontrar
en ese sitio a compañeros de militancia que seguían “jorobando” al sistema, no
era poca cosa y él lo sabía más que nadie.
Osvaldo escribió, desde la casa de
César Ramírez, un artículo para la contratapa de Página/12, bajo el título “En
los caminos vacíos de La Forestal”. Allí el historiador anarquista, relata sin
tapujos, las impresiones y reflexiones del viaje por la tierra del tanino.
Empieza su columna
periodística, afirmando que habían salido a
buscar el año `21 en sus recuerdos y lo encontraron en su realidad. Los
pueblos seguían ahí clavados en el tiempo, con la mirada puesta en las ruinas
de lo que supieron ser las poderosas fábricas de La Forestal, como esperando,
que de un momento a otro, vuelvan a funcionar. “¡Hay que despertar!” pareciera
gritar Bayer en su artículo golpeando la mesa de un puñetazo, y un deseo profundo
se desmarca del texto como queriendo vencer el paso del tiempo; “Ojalá que en todo colegio secundario los
docentes y alumnos se pregunten el porqué. El porqué de tanta crueldad contra
los obreros, de tanta obsecuencia de los políticos de turno para con el poder
económico en tiempos de democracia, el porqué de tanto egoísmo criminal de las
gigantescas fábricas de tanino”. Hoy, a casi 100 años de los hechos, las
preguntas continúan intactas.
En la nota reivindica la lucha obrera y denuncia la criminalidad de una empresa, que se resguardó en la cobardía de los gobiernos de turno: “El capital inglés tuvo siempre un sueño de hadas; nadie lo molestó, sólo se preocupó de enviar las divisas con gusto a sangre y quebracho directamente a Londres”. Y los cientos de trabajadores que quisieron arruinarle el sueño de hadas, fueron azotados por el brazo vigilante del capital. Entonces el bosque enmudeció. Ya no pudo resistir la depredación de sus árboles ni el avance sobre sus tierras. Cada tanto, de sus profundidades, rebrotan historias de una época que se resiste a ser olvidada. Siempre marginal y cautiva. Alejada de los ampulosos centros de poder donde se arbitra el pasado. Es justo ahí donde aparecen personas como Bayer, que patean el tablero y traspasan las fronteras del archivo.
Cierra su escrito, lamentando que en
muchas calles santafesinas, aparezca el nombre de Enrique Mosca, quien siendo
gobernador proporcionó a La Forestal una guardia exclusiva para reprimir la
huelga. Sin embargo, no existe ninguna calle con el nombre de Teófilo Lafuente,
“digno luchador de esas tierras rojizas”.
En el 2005 volvió a visitar Reconquista para homenajear a
su amigo Gastón Gori fallecido en el 2004. En el año 2006 prologó nuevamente la
reedición del libro “La Tragedia del Quebracho”. Más cercano en el tiempo, en
el año 2017 prologó el libro “Trienio en Rojo y Negro” de Roberto Perdía y Horacio
Ricardo Silva, que retrata las tres grandes huelgas anarquistas entre los años
1919 y 1921. Allí también participó del documental “La Forestal”, material
audiovisual pensado por los autores del libro y dirigido por Pablo Torello. Una
anécdota de este pasaje, es que un vecino, sorprendió a Bayer en la vereda de
su casa con una máquina de escribir. Al preguntarle el motivo, un despreocupado
Osvaldo, respondió que había cortado la luz y tenía que terminar el prólogo.
La Forestal siempre estuvo cerca en los pensamientos de
Bayer. La similitud y contemporaneidad con los hechos de la Patagonia lo
acercaba inevitablemente. Su sensibilidad por las injusticias, aún más. Se
decía que cuando recorrió el norte santafesino, en el 2001, un cáncer presagiaba
su muerte. Venció a la enfermedad y siguió batallando hasta el último aliento.
Ateo y anarquista le tocó morir en víspera de navidad y en pleno gobierno
neoliberal. Sin dudas, la vida nunca le regaló nada. Ni siquiera la oportunidad
de marcharse de un mundo, más a tono a lo que había sido su vida.
Autor: Luciano Sánchez
Fotografía: César Ramírez y David Quarín
Diseño: Noelia
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