Los obrajes de La Forestal


El obraje maderero congregaba a los trabajadores vinculados a las actividades extractivas de quebracho colorado, materia prima que se utilizaba en las plantas industriales para elaborar tanino. El obraje tenía una forma predominante de organización del trabajo muy diferente a la fábrica. No obstante, ambas esferas de producción –industrial y rural– operaron como unidades complementarias del proceso productivo. Asimismo, en la fase industrial el obraje continuaba operando de forma similar al período preindustrial, esto es, con el uso de tecnología simple y formas de coacción en la contratación y remuneración de los trabajadores.

El obraje, en general, tenía un nivel de tecnificación simple: para la tala de árboles se utilizaba principalmente machete y hacha. El árbol derribado era trabajado con esas herramientas para obtener el duramen –parte compacta de madera despojada de la albura y corteza–, así se obtenía el rollo de madera (rollizo) para el procesamiento industrial.

Luego era transportado con carros cachapé tirados por bueyes hasta la playa de estacionamiento de madera próxima a las vías del ferrocarril. La jornada de trabajo era a destajo, esto significaba que el trabajador no recibía remuneración por el tiempo de trabajo, sino por producción, por la cantidad de madera (rollizo) que producía por día. Además, cuando el hachero ingresaba al obraje con su familia, el grupo familiar también participaba del proceso de trabajo en tareas de limpieza de la zona de tala, y de follaje del árbol. De este modo, el capital forestal se apropió del trabajo del hachero y de su grupo familiar sin la retribución salarial correspondiente al trabajo de todos.

Para llevar a cabo las tareas de organización de la explotación de madera era necesaria la mediación del contratista, encargado de reclutar mano de obra y garantizar su retención en el obraje. Los trabajadores rurales provenían en su mayoría de Chaco, Corrientes y Paraguay. Gran parte del contingente de trabajadores rurales denominados criollos estaba integrada por pobladores originarios que habían sido expulsados violentamente de sus tierras durante las campañas militares.

La vida de los obrajes estaba sujeta a las necesidades y ritmos de la fábrica. La dinámica de trabajo del monte forzaba la condición itinerante del trabajador y su grupo familiar y no posibilitaba el arraigo de la población. Al finalizar la explotación de una zona, el contratista, siguiendo las directivas de la empresa, ordenaba el traslado del obraje a otra área. Así, se daba inicio al desplazamiento de personas con sus pocas pertenencias a otro sitio para retomar las labores de limpieza del monte, el talado de árboles y la preparación de rollizos. El siguiente testimonio rememora la dinámica de traslado del obraje.

“Mi padre era contratista, tenía carros cachapé que servían para sacar los rollizos del monte y llevarlos a las playas, después se cargaban en el ferrocarril y los trasladaban a la fábrica de Villa Guillermina. Cuando se terminaba con un lote, los mayordomos19 de la Compañía le avisaban al contratista que tenían que cambiar el obraje. Se levantaba todo el obraje y se lo llevaba a otro lugar. Eran cuatro o cinco horas de viaje, porque había que pasar esteros, cañadas, picadas, eran treinta y algo de familias. Iban todos con sus casillas, desarmadas, en hileras por el monte”.

El contratista era una figura mediadora entre La Forestal y el trabajador; su actividad consistía en reclutar trabajadores y controlar el proceso de trabajo, porque la empresa necesitaba continua provisión de madera para las fábricas. Un mecanismo muy utilizado para retener a los trabajadores en el obraje era el endeudamiento, que consistía en la generación de un circuito de deudas imposible de saldar. Cabe aclarar que el pago en vale, si bien fue muy extendido en los obrajes, no era la única forma de remuneración, porque los obrajeros también recibían pago en dinero. Sin embargo, tanto de una u otra manera, lo remuneración percibida no llegaba a cubrir las necesidades mínimas de los trabajadores, por lo que necesitaban sacar a cuenta mercaderías de la proveeduría y quedaban endeudados con el contratista. Por otro lado, el contratista monopolizaba el ejercicio del comercio, porque la empresa no permitía el ingreso de comerciantes independientes a sus tierras y, favorecido por esta disposición, fijaba precios arbitrariamente a sabiendas de que tenía consumidores cautivos. Inmerso en este circuito de provisión obligatoria en la proveeduría del contratista, el trabajador continuamente contraía deudas y, con el propósito de saldarlas, continuaba trabajando en el obraje.

El endeudamiento era un mecanismo de coerción y, aunque no implicaba el uso de la fuerza física, era una forma de ejercer control sobre el trabajador. A lo largo de los años la modalidad de trabajo del obraje se mantuvo constante: hombres, mujeres y niños llevaban una vida itinerante por los montes y estaban supeditados a condiciones mínimas de subsistencia.

Por un lado, La Forestal representaba el modelo de empresa moderna que contaba con avances tecnológicos importantes para el proceso productivo. Sin embargo, la sustentación del sistema de producción estaba asegurada por mecanismos precarios de explotación extrema de la fuerza de trabajo. El contratista no tenía autonomía en sus funciones y siempre respondía a las directivas de la empresa. Para La Forestal, el rol del contratista era fundamental, porque a través de él se desligaba de toda responsabilidad laboral. El mantenimiento de las condiciones del obraje, como en la primera fase de explotación forestal, tecnología mínima y remuneración no salarial, resultó funcional a los propósitos de la empresa, acumulación rápida de ganancia para el período acotado de permanencia que tuvo en la zona.

 

Autora: Marcela Brac

nació en Capital Federal y vivió en Florencia, Santa Fe. Regresó a estudiar a Buenos Aires, donde reside actualmente con su familia. Es Doctora en Antropología por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; Licenciada en Ciencias Antropológicas; Especialista en Museos, Transmisión Cultural y Manejo de Colecciones Antropológicas e Históricas. Se desempeña como Investigadora del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Es Docente de grado y posgrado de la misma facultad, y Docente de grado de la Universidad Nacional de Luján. Publicó libros y artículos en revistas académicas nacionales e internacionales sobre el proceso de explotación forestal en el Chaco santafesino y las condiciones de vida de los trabajadores de las economías de enclave. Actualmente investiga procesos de patrimonialización y producción de memorias en contextos postindustriales.

 Arte: Javier Lencina:

Vive en la ciudad de Reconquista donde es oriundo. Licenciado en Ciencia Sociales de la Comunicación por la Universidad Católica de Santa Fe. Dibujante. Pintor y escultor aficionado como él suele definirse. 

*El texto seleccionado pertenece al libro “Pueblos Forestales del Norte Santafesino: Entre pasado y presente”.  Publicación realizada en el 2019 por medio de la iniciativa del Plan del Norte y con el financiamiento del Consejo Federal de Inversiones.

Compiladora: Marcela Brac

Autores: Andrea Alderete. Marcela Brac. Guillermo Sánchez. Luciano Sánchez.

EL OBJETIVO QUE PERSEGUIMOS DESDE LA AÑAMEMBUI ES DIFUNDIR TRABAJOS Y OBRAS QUE APORTAN AL DEBATE Y LA RECONSTRUCCIÓN DE LA HISTORIA DEL NORTE SANTAFESINO.

Comentarios

Notas más leídas

Rafael Yaccuzzi: Derrotero de un cura rebelde (Parte II)

Las huelgas de La Forestal: Un grito de rebeldía de los pueblos forestales