Rafael Yaccuzzi: Derrotero de un cura rebelde (Parte I)



        Iniciar un recorrido por la vida de Rafael Yaccuzzi implica una responsabilidad con la historia. No pretendo decirlo todo aquí. Quizás el silencio de estos años es la mejor descripción del personaje que fue perseguido aún después de su muerte. Me interesa, sin embargo, recuperar los multifacéticos rasgos de su personalidad que lo fueron llevando a una entrega casi absoluta hacia un pueblo: Villa Ana. No se puede precisar si fue en Villa Ana donde Rafael descubrió el rol que iba a tener en la historia. Lo cierto, es que en 1966 nació un vínculo de hombre y pueblo, muy pocas veces vista en la historia, que duró hasta su muerte, en 2001.

            El Cura

            Es muy posible que Rafael ante todo haya sido un sacerdote. La vocación se había despertado de niño en su Mercedes natal (Villa Ocampo). Él mismo contó que a los 11 años observaba al padre Marozzi, quien después fuera obispo, visitar las casas de cosecheros y que se imaginaba haciendo lo mismo. Veinte años más tarde recorrería los obrajes del km 67, Guasuncho y Mocoví en Villa Ana.

            Se ordenó de sacerdote en 1959 en la ciudad de Villa Ocampo. Estuvo de paso en las parroquias de Lanteri y Romang para después recalar por seis años en Reconquista. En esta ciudad desarrolló sus primeros ensayos sociales en barrios periféricos y tomó contacto con obreros rurales, metalúrgicos y de los frigoríficos. Rafael se vio impreso en el pleno apogeo del Concilio Vaticano II y en las ideas acerca de una iglesia social, que en ese entonces estaban en las mentes de los jóvenes.

            Pero en 1966 fue el año que definió para siempre su labor como cura y militante político. Su designación como sacerdote de la parroquia de Villa Ana estuvo un poco determinada por los acontecimientos históricos de entonces. Su primer destino era Tacuarendí. Allí estaba el Ingenio Azucarero y había una población de obreros importante, por lo que la Iglesia iba a crear una nueva parroquia que por el cierre del Ingenio quedó inconcluso. Es así que se quedó en Villa Ana.

            En ese momento, Villa Ana, era un pueblo aplastado por la desocupación y la pobreza que causó el cierre de la fábrica de tanino en 1960. Rafael, el cura, empezó a preguntarse a sí mismo ¿Quién soy yo acá? ¿Un estudiante que está de vacaciones? ¿Un jubilado? Entonces empezó a salir y encontrarse con la realidad social. La labor principal estaba en los obrajes y allí centró su actividad religiosa y política. La situación era crítica. El monte estaba parado y los hacheros estaban pasando hambre. En esos diálogos le surgió la idea de organizar una olla popular en la parroquia que movilizó a buena parte de la población. Comerciantes y ganaderos donaron alimentos y, así, cada uno fue poniendo de lo que tenía para concretar la iniciativa. Según testimonios de las personas que concurrieron, había más de mil personas y el acto tuvo una característica política en plena dictadura de Onganía. Este hecho terminó de resolver la pregunta iniciativa acerca de quien era él en ese lugar. Teniendo en cuenta el drama social que vivía Villa Ana, no iba a permitir que la parroquia o el pueblo continuara manteniendo su estadía. Concluyó: “Voy a ganar el puchero como cualquiera”. Esto representó una consigna poderosa en su labor cotidiano y a partir de allí su total entrega a una causa.

            Una de las primeras acciones fue crear una ladrillería en tierras que La Forestal había donado a la parroquia. En ella trabajaron varias familias y en palabras de Rafael: “Trabajábamos todos y nos repartíamos”. Aquí fue tomando forma su imagen de cura hachero y comprometido con los explotados y, además, Rafael fue rompiendo cada molde de lo que un sacerdote acostumbraba hacer al frente de una parroquia.  

Las palabras de Aníbal Sánchez, amigo y compañero hasta los últimos días, describían a Rafael como un cura transgresor que iba vestido de civil, que jugaba al truco con los parroquianos, que jugaba al fútbol con pantalón corto -por aquellos años que un cura mostrase las piernas era, por lo menos, escandaloso- y que sus sermones, mezclados con pasajes bíblicos con la realidad del pueblo, eran directos y mostraban a un Cristo amigo de los pobres.

 Ramón Balbuena, compañero de muchos años de Rafael, también dio cuenta de este aspecto:

“Nosotros históricamente conocimos al cura de sotana y zapatos que iba a la casa del capataz o de la maestra, no, Rafael era un cura que llegaba a la casa del paisano y hablaba su mismo idioma y nos decía que se podía estar mejor, que los chicos podían ir a la escuela, que se podían calzar, que podían tener un médico”.

            A Rafael no le pesaba esto. Lo hacía con total honestidad y guiado por un espíritu profundamente cristiano. Sintió que era lo que tenía que hacer como tantos sacerdotes que se aferraron a las ideas tercermundista y que intentaron construir en la década del ´60 una Iglesia al servicio de los pobres y contra los sistemas productivos que generaban pobreza.

        

            El guerrillero.

            La imagen del cura guerrillero fue otro de los paradigmas que surgieron en la década de ´60. En algunos casos tuvieron correlato con la realidad, en otros fueron alimentados por rumores y por una prensa adicta al poder dictatorial. De cualquier forma, es un tema que se explica, únicamente, situándonos en el contexto histórico. En 1966, año que Rafael tomó posesión de la parroquia de Villa Ana, fue abatido en una selva colombiana el sacerdote Camilo Torres, impulsor de la Teología de la Liberación en Latinoamérica y el primer cura en sumarse a las guerrillas, integrando el Ejército de Liberación Nacional (ENL). Tres años más tarde, la revista Cristianismo y Revolución (1969) publicó en su portada una foto de Rafael con el título: Rafael Yaccuzzi tras los caminos de Camilo Torres. La opción de las armas era una posibilidad y la concreción no bastaba solo con desearla, sino que había que prepararla y corroborar que las condiciones objetivas estuvieran dadas.

            En palabras de Rafael: “América Latina era un hervidero y las dictaduras habían cortado la vía política para transformar las cosas”. Este punto es central en el análisis que Rafael fue haciendo de la realidad.

            El documento de Medellín en 1968 fue un antes y un después en los curas tercermundistas que estaban ungidos en la realidad social de la región.  La consigna “trabajar con los pueblos pobres y con los pobres de los pueblos” se convirtió en un manifiesto ideológico que convocaba a un mayor compromiso político. De todas maneras, el documento institucionalizó una consigna que en la práctica ya se venía dando.

            Es así que, en 1967, el mismo día que mataron al guerrillero Ernesto “Che” Guevara en Bolivia, se reunieron en Villa Ana un grupo de alrededor 15 personas y dieron origen a la formación de Montoneros en el norte santafesino. En Palabras de Roberto Perdía, amigo y compañero de Rafael de toda la vida

“El día que muere el che nos reunimos alrededor de 13 o 15 personas y decidimos organizar un grupo político-militar para dar respuesta a lo que venía sucediendo en la región, esa reunión la hicimos en el salón parroquial de Villa Ana y ese fue un poco el origen y el vinculo de Montoneros en la zona”.

            Lo cierto es que la inserción de Montoneros en la región fue más política que militar, ya que nunca se terminó de formar la guerrilla y esto fue por un cambio de estrategia desde la conducción de Montoneros en la cual redireccionaron los esfuerzos hacia la zona rural de Salta y Jujuy.

Rafael tenía mucho cuidado cuando le preguntaban por su pasado guerrillero. Era plenamente consciente de las divisiones que generaba en la construcción política y también los problemas posteriores que le causaron. Existe muy poca información de público conocimiento sobre este tema. A continuación, una de las pocas referencias que hizo en una televisión regional:

“El tema de la lucha armada más allá de los errores que se pudo haber cometido, tenía una explicación, la Iglesia misma la justificaba, es decir, llega un momento que la situación del oprimido y del que se solidariza con el oprimido es tal, que asumen nuevas formas de lucha sobre todo cuando no se puede dar la lucha política, no te olvides que en ese momento había una dictadura y no solamente acá, en la mayoría de los países de la región. Por eso digo que no hay que ser tan ligero en decir fue una equivocación, es un tema aparte y muy profundo como para descalificar a aquel que tomo las armas para defender una causa o un ideal porque no le quedaba otro camino”.  

         

            El cooperativista

            El cooperativismo comulgaba con los principios cristianos de Rafael y a la vez lo conectaba con otros sectores fuera del clero como los comunistas y anarquistas. Las ideas de repartir, compartir y distribuir estuvieron siempre en su prédica. La Teología de la Liberación se nutrió de aportes marxistas para analizar la realidad económica y social del capitalismo que para la Iglesia tercermundista representaba el “pecado capital” que provocaba las injusticias del mundo. En ese sentido, hay unas palabras que definen el pensamiento económico de Rafael relacionando el milagro de los panes de Jesucristo con la realidad de ese momento:

“A mi siempre me gustó la economía del don, de la riqueza que se comparte, es decir, que la acumulación no este en manos de unos poquitos y eso es muy evangélico, vos tomas la multiplicación de los panes, la lección que da Jesús es esa, es decir, no es que Jesús hizo el milagro que con cinco panes aparecieron miles, no, los panes estaban, los peces también, había gente en la multitud que los tenía y él dijo, acá hay que repartir para que alcance para todos, son dones de Dios Padre que tenemos que compartirlos”.

Lo cierto, es que esta prédica política-religiosa y la práctica del cooperativismo lo acompañó desde los primeros años en Villa Ana hasta los últimos.

La defensa de los trabajadores, de los pequeños laburantes y de las economías chicas del territorio era lo que lo llevó a poner, inclusive, el cuerpo en cada acción. El ejemplo visible por la dimensión nacional que tomó fue su participación como protagonista del “Ocampazo”, aquella marcha en defensa del debilitado esquema productivo de la región. En 1969, Rafael, sin buscar ser el protagonista, asumió parte de la conducción de ese movimiento que tenía como objetivo marchar hacia la capital santafesina y frenar el cierre del Ingenio Arno. Y si bien, la marcha no pudo salir de Villa Ocampo por la represión desatada por las fuerzas del Estado, pudieron evitar la pérdida de las fuentes de trabajo y dejar consolidada una base de organización que fue tomando impulso, Las Ligas Agrarias, en la que Rafael también tuvo una participación activa.

            Otro hecho, menos conocido, pero que describe su práctica cooperativista, fue la creación de la Cooperativa Parque Agrícola en Villa Ana en el año 1973. Durante el breve gobierno nacional de Héctor Cámpora había logrado, por intercepción de Rafael, la expropiación de varias hectáreas cercanas al pueblo y conformar un grupo de familias que trabajaron durante varios años en actividades productivas. Agapito Ponce, uno de los integrantes ya fallecido, contó en el documental Rafael: su militancia esa experiencia:

“Y se empezó haciendo siembra con arado y tractor, un compañero hacía la sementera, otro compañero sembraba maíz, batata, algodón también se sembró, y teníamos una huerta comunitaria que se vendía las verduras al pueblo y también se compraron dos vaquitas pero eso no era para vender, era para el consumo de leche de los socios de la cooperativa”.

            La experiencia de la Cooperativa quedó suspendida luego del Golpe de Estado de 1976, con la detención de Rafael Yaccuzzi y el paso de esas tierras, nuevamente, a manos privadas. Esto representó un cese total de la intensa actividad que Rafael tenía en Villa Ana y en el norte santafesino. Pasaron muchos años para que Rafael pudiera volver a su pueblo, su Patria chica e intentar nuevamente una experiencia cooperativista con una propuesta más sólida. Esto retomaré más adelante.

 

            El exiliado

            El 25 de marzo de 1976, miembros de la policía rural Los Pumas, lo detuvieron en un obraje de Villa Ana. Es conducido a Santa Fe y torturado. Iniciaba en la Argentina la etapa más oscura y violenta que se tenga memoria. Rafel estuvo detenido siete meses en la Guardia Infantería de Santa Fe, luego siete meses en la cárcel de La Plata y por último un mes en Devoto para luego salir del país en calidad de exiliado.

            La vida en el exilio no fue fácil. Le preocupaba mucho la situación del país y principalmente Villa Ana. Lo llevaron sin la oportunidad de despedirse ni de ofrecer alguna explicación. El pueblo amaneció el 25 de marzo de 1976 con la “extraña” desaparición del cura párroco. Sin embargo, por estos años, Rafael experimentó una nueva metamorfosis en su vida: La formación de una familia.

            En Europa no se quedó cruzado de brazos. Fiel a las convicciones que había tomado en Villa Ana y por las que lo habían apartado de ese sitio, continuó participando activamente de conferencias y encuentros que denunciaban la Dictadura de Videla y daba cuenta de las violaciones a los derechos humanos que se estaban cometiendo en Argentina. Formó parte de la conducción política del Movimiento Peronista Montonero que desde el exilio bregaba por la justicia y la vida de los militantes que sufrían torturas, detenciones y muertes en el país.

            En el año 1978 viajó a México para participar de los preparativos de la Conferencia de Puebla, reunión clave que reunía a buena parte del arco tercermundista. Allí fue cuando conoció a Hilda Raparí (Coca) y a su hijo Alejandro de apenas seis años. Ambos estaban exiliados en México después que en el año 1975 la Triple A asesinara salvajemente a su esposo. A partir de ese momento, Rafael se convirtió en padre político de Alejandro y compañero inseparable de “Coca” hasta los últimos días de su vida.

            Con todo esto a cuesta y tras varios intentos por volver al país, logró regresar definitivamente en 1983 con el retorno de la democracia. Se estableció en Lomas de Zamora con su nueva familia y desde allí preparó su viaje a Villa Ana tras largos años de ausencia. Una anécdota que cuenta Alejandro muestra la presencia de Villa Ana durante los años del exilio:

“Cada vez que encontrábamos un mapa con el Rafa buscábamos el nombre de Villa Ana, la mayoría de las veces no estaba, pero ya sabíamos la ubicación geográfica y entonces indicábamos Villa Ocampo que siempre figuraba y con el dedo corríamos hacia el oeste”.

            En el siguiente artículo (Parte II) desarrollaré el último tramo de Rafael en Villa Ana, su vuelta del exilio, su condición de ciudadano, la experiencia como candidato a presidente de Comuna y su mayor anhelo, el desarrollo de la Cooperativa El Quebracho Colorado. 



Autor: Luciano Sánchez:

Nació y desarrolló sus estudios primarios y secundarios en Villa Ana. Profesor y Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Quilmes. Fundador de la Revista Añamembui. Actualmente vive en Reconquista donde trabaja como profesor en el Instituto Terciario “Juan XXIII” y como investigador independiente.


Comentarios

Notas más leídas

Conformación del Estado Nacional Argentino y la mirada puesta en Chaco

Villa Ana: El desarme de una industria y la sobrevivencia de un pueblo

Los obrajes de La Forestal